EL NÁUFRAGO RAMÓN DE BASTERRA por José Fernández de la Sota

(Publicado en el libro Bilbao, literatura y literatos
Bilbao, Ediciones Laga, 2000)

"Náufrago recto del oleaje de dos lenguas tremendas y sutiles, en una trágica liricata vascoespañola, flor, Iuz rara de bilbain progresista retrógrado, férreo liberal, carlista comunista, católico anticristista". Así ve Juan Ramón Jiménez a Basterra, lleno de paradojas y nadando en su particular naufragio. "No conozco poesía rejional", dice JRJ, "de lucha más honda con el español". Basterra —náufrago de la lengua— aunque se encuentre en Bucarest, en Roma o en Caracas, escribe desde Bilbao, desde los "límites de la latinidad" según Juaristi. Basterra —náufrago de nacimiento— llega demasiado tarde para inscribirse en la generación de su maestro Unamuno (la del 98) y demasiado pronto para engancharse a la del 27. En el sistema literario español, la desubicación se paga en los manuales y en los libros de texto. Está entre el modernismo y las vanguardias, entre Peñaflorida y Mussolini, entre la lírica y la épica, de manera que está justo en el medio de ninguna parte.

A Basterra le pasa como a Moreno Villa o León Felipe, que nadie sabe nunca dónde colocarlos y acaban dando tumbos de un sitio para otro y al final se extravían. Pero el peor naufragio de Basterra, el que le llevará al abismo, es la locura, la enfermedad que desde 1920 condiciona su vida.

Ramón de Basterra nace en Bilbao en 1888. Estudia Derecho en Salamanca, Valladolid y Oviedo. Frecuenta a don Francisco de Iturribarría y a Miguel de Unamuno, que será su primer referente intelectual. Con 20 años ya está decidido a dedicarse a la literatura: "O felicidad o cultura, o las cuchufletas de la Bilbaina o la vida seria, formal, una vida para la cultura y para altos anhelos. O me dedico a burgués, o a escritor".

En 1908 colabora en El Coitao junto a firmas como la de Gustavo de Maeztu, Unamuno o Meabe. Se integra en el círculo de la Asociación de Artistas vascos. En 1915 inicia su carrera diplomática en la Secretaría de la Embajada de España en el Vaticano. A lo largo de 1917 publica en Hermes sus "Paseos romanos". Basterra colabora asiduamente en la revista y, junto a Sánchez Mazas, es el gran inspirador de su línea "romana" y clasicista, cada vez más orsiana y más antirromántica. Sus siguientes destinos diplomáticos le llevan a Rumanía en 1918 y a Caracas en 1924. De cada una de estas experiencias nacerá un libro, el poemario Las ubres luminosas (1923) de su paso por Roma; La obra de Trajano (1921) de su estancia en Rumanía y Los navíos de la ilustración (1925) de su período hispanoamericano.

Al ámbito vasco y pirenaico corresponden los libros de poemas Los labios del monte (1924), dedicado "a la constituyente" Escuela
Romana del Pirineo, acueducto del caudal grecolatino en las montañas rebeldes"; La sencillez de los seres (1923) Vírulo, poema de las mocedades (1924) y Vírulo, mediodía (1926). Es en éstos dos últimos libros donde el modelo de la Roma imperial se incrusta definitivamente en el paisaje pirenaico y llega hasta "la ría babélica" de Bilbao, ciudad que representa la luz de la cultura occidental, la "civitas romana", el resurgir de un nuevo y viejo espíritu en el que, como siempre, Basterra trata de sintetizar contrarios. pero sus poemas cívicos sobre Bilbao, con su extraño fulgor metalúrgico, al cabo de los años son lo más memorable de su obra.

Mientras los costumbristas de la generación de Miguel de Unamuno añoraban la "tasita de plata", Basterra describía en sus poemas una ciudad tentacular, con muchedumbres y transportes públicos como los que el pintor Antonio de Guezala reflejaba en 1922 en su cuadro "Choque de tranvías en el Arenal".

Un Bilbao urbanita y futurista, o quizás ultraísta, quién sabe.

Además de sus colaboraciones en Hermes, Basterra escribe en La Gaceta Literaria de Giménez caballero y en la Revista de las Españas, pero su firma no aparece en las pubiicaciones de la emergente Generación del 27. Pese a todo, Gerardo Diego le incluye en la segunda edición de su famosa Antología.

En Madrid, durante los primeros años 20, frecuentó la tertulia del café El Gato Negro, donde el bilbaino José María Soltura, tras dejar el Ateneo, había abierto su "cátedra estética".


Adolfo Salazar, que también asistió a la tertulia junto a Salaverría, Ramiro de Maeztu, Ricardo Gutiérrez Abascal o Juan de Echevarría, cuenta una anécdota protagonizada por el propio Basterra —que empezaba a dar muestras de su grave enfermedad mental, una "psicosis esquizofrénica", según el doctor Pérez Villamil— y don Ramón del Valle Inclán —que seguía exhibiendo su carácter de esteta intratable—.


El bilbaino hablaba con entusiasmo de Trajano y Maeztu mientras Valle, con los ojos cerrados, se mesaba las barbas de chivo.

"¡Eh, don Ramón! ¿Usted qué dice?", quiso saber Basterra. "¡Que es una es-tu-pi-dez", afirmó don Ramón con lentitud, sin abrir los ojos, pronunciando las sílabas con un desprecio infinito.Basterra enrojeció, se retrepó en el asiento y gritó: "¡Es imposible! ¡Es imposible vivir en España!".

La última anécdota protagonizada por Ramón de Basterra la cuenta Zunzunegui. El novelista de Portugalete le visitó en su casa de Camposena de Plencia en sus últimos días. "LIamé a la puerta y pregunté por él. Está abajo, en la cuadra, me indicó la muchacha. Bajé y lo encontré sentado con el último diccionario de la Real Academia apoyado en el pesebre. Aquí estoy, Juan Antonio, ¡pastando vocablos! Y al decirlo me lanzó en pleno rostro una risa rota y demencial.

El 17 de junio de 1928, poco después del suceso que cuenta Zunzunegui, fallecía Ramón de Basterra a los 40 años. Numerosos amigos y colegas glosaron su figura en artículos y notas necrológicas, incluido Unamuno, a pesar de que en 1912, en carta a Ricardo Gutiérrez Abascal, había escrito: "Le aprecio mucho (a Basterra) pero siempre me hizo desconfiar aquella mirada acerada, aquel estar siempre sobre sí, una cierta tiesura y el sentido de la burla".

El propio "Juan de la Encina", sin embargo, escribió que el poeta fallecido" no puede ser mala persona. Todo Ramón —lo mejor de Ramón, desde luego— estaba en su risa, y era la suya una manera generosa, alegre e inextinguible de reir". Probablemente, ni Basterra entendió nunca a Unamuno ni Unamuno a Basterra. Eugenio D'ors le llamó "malogrado y genial". Pedro Salinas se refirió a su poesía "tan llena de atisbos, de impulsos, de bellezas y de errores."

Pero sin duda alguna es Juan Ramón, nuevamente, quien demuestra la más clara intuición acerca de Basterra: "Épico y lírico, es como un triste ruiseñor sansón a quien una terrible musa Dalila rosa y negra ¡Baudelaire! hubiese trasquilado". Hay,en efecto, algo de ruiseñor mecánico con los resortes rotos en Ramón de Basterra.

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