José Fernández de la Sota Quien habla Prólogo de José Manuel Caballero Bonald
En septiembre de 2016 la editorial El Gallo de Oro publcó el libro de Jose Fernández de la Sota Quien habla. Los poemas iban precedidos del siguiente PRÓLOGO de José Manuel Caballero Bonald:
Deletrear el mundo
por
J.M.
Caballero Bonald
Hace años, José Fernández de la Sota vino un día a casa a hacerme una entrevista. Ya lo había tratado fugazmente, pero no lo recordaba ni tan alto ni tan vasco ni tan joven. La oportunidad de la entrevista me ayudó a conocer mejor a una persona de muy inteligentes aparejos culturales. Leí alguno de sus libros, Todos los santos – que fue premio Euskadi de Literatura en 1997 – y nunca ya dejé de evocar sus excelentes registros como poeta, aparte de su afectividad, su cortesía, su discreción. Andando el tiempo, el hecho de coincidir con él en Bilbao ratificó un apego que no ha hecho sino afianzarse con el paso de los años Y de los libros.
Recuerdo que también intervine en un documental que estaba realizando Fernández de la Sota, con motivo del centenario del nacimiento de Blas de Otero. Quizá la evocación emocionante de gran poeta vasco, hizo las veces de un nuevo aglutinante de la amistad. Compartí con él otras lecturas: los poemas de Vacilación, los relatos de Suerte de perro. Y ahora me encuentro de improviso con Quien habla, este nuevo libro suyo que supone de hecho la decantación general de toda su poesía.
Yo leí este libro sin que el autor lo supiera, gracias al original que me envió Beñat Arginzoniz, el editor de El Gallo de Oro. Y esta bien que haya sido así: no existen condicionamientos incorporados. He sido un lector adecuadamente absuelto de prejuicios. Y he podido así descubrir libremente cómo examina Fernández de la Sota en Quién habla su propio concepto interiorizado de la poesía. Desde el primer poema del libro se despliega como una declaración de principios estéticos, perfilada en todo momento a través de una vigilancia muy peculiar por las palabras. “Saben ellas de ti más que tú mismo”. No olvida nunca que el lenguaje es el principio activo de la poesía. Y piensa por tanto que son las palabras las que potencian ese principio activo que enaltece el valor de la realidad.
La experiencia vivida, las imágenes que se hilvanan de un poema a otro, van definiendo ese concepto de la poesía entendida como construcción verbal. El pensamiento lógico está supeditado a la percepción intuitiva. Hasta la sintaxis queda alterada en beneficio de la sugestión última del poema. Aquí y allí también se filtra a veces la ironía como un velado método para atenuar toda excesiva gravedad y propiciar el tono sentencioso. Fernández de la Sota estabiliza así el traspaso entre pensamiento y escritura. “Deletreo el mundo”, dice el poeta con sinóptica lucidez.
Quien habla es obra de alguien que sabe muy bien qué quiere decir y cómo debe decirlo. El autor interpreta la complejidad esencial de las experiencias vividas y va traspasándolas a sus correspondientes equivalencias textuales. De esta forma, la capacidad reveladora del poema adquiere todo su sentido y alcanza su más efectiva autosuficiencia.
Hace años, José Fernández de la Sota vino un día a casa a hacerme una entrevista. Ya lo había tratado fugazmente, pero no lo recordaba ni tan alto ni tan vasco ni tan joven. La oportunidad de la entrevista me ayudó a conocer mejor a una persona de muy inteligentes aparejos culturales. Leí alguno de sus libros, Todos los santos – que fue premio Euskadi de Literatura en 1997 – y nunca ya dejé de evocar sus excelentes registros como poeta, aparte de su afectividad, su cortesía, su discreción. Andando el tiempo, el hecho de coincidir con él en Bilbao ratificó un apego que no ha hecho sino afianzarse con el paso de los años Y de los libros.
Recuerdo que también intervine en un documental que estaba realizando Fernández de la Sota, con motivo del centenario del nacimiento de Blas de Otero. Quizá la evocación emocionante de gran poeta vasco, hizo las veces de un nuevo aglutinante de la amistad. Compartí con él otras lecturas: los poemas de Vacilación, los relatos de Suerte de perro. Y ahora me encuentro de improviso con Quien habla, este nuevo libro suyo que supone de hecho la decantación general de toda su poesía.
Yo leí este libro sin que el autor lo supiera, gracias al original que me envió Beñat Arginzoniz, el editor de El Gallo de Oro. Y esta bien que haya sido así: no existen condicionamientos incorporados. He sido un lector adecuadamente absuelto de prejuicios. Y he podido así descubrir libremente cómo examina Fernández de la Sota en Quién habla su propio concepto interiorizado de la poesía. Desde el primer poema del libro se despliega como una declaración de principios estéticos, perfilada en todo momento a través de una vigilancia muy peculiar por las palabras. “Saben ellas de ti más que tú mismo”. No olvida nunca que el lenguaje es el principio activo de la poesía. Y piensa por tanto que son las palabras las que potencian ese principio activo que enaltece el valor de la realidad.
La experiencia vivida, las imágenes que se hilvanan de un poema a otro, van definiendo ese concepto de la poesía entendida como construcción verbal. El pensamiento lógico está supeditado a la percepción intuitiva. Hasta la sintaxis queda alterada en beneficio de la sugestión última del poema. Aquí y allí también se filtra a veces la ironía como un velado método para atenuar toda excesiva gravedad y propiciar el tono sentencioso. Fernández de la Sota estabiliza así el traspaso entre pensamiento y escritura. “Deletreo el mundo”, dice el poeta con sinóptica lucidez.
Quien habla es obra de alguien que sabe muy bien qué quiere decir y cómo debe decirlo. El autor interpreta la complejidad esencial de las experiencias vividas y va traspasándolas a sus correspondientes equivalencias textuales. De esta forma, la capacidad reveladora del poema adquiere todo su sentido y alcanza su más efectiva autosuficiencia.