MI VECINO DE ENFRENTE. SERGIO RAMÍREZ SOBRE ERNESTO CARDENAL
Reproducimos a continuación el texto correspondiente a las páginas 6 y 7 del número de la revista ZURGAI: DEDICADO A ERNESTO CARDENAL
[El autor del testimonio]
Soy vecino de Ernesto cardenal desde hace más de veinte años, cuando ambos venimos a vivir a este barrio del sur de Managua tras el triunfo de la revolución. En aquellos dias mágicos el barrio fue bautizado con el nombre de Pancasán, en recuerdo de un pico de montaña donde se habia librado una de las gestas de la lucha guerrillera; hoy, gracias a los tiempos que corren, tiene otra vez el nombre prosaico de Colonial Los Robles, segunda etapa. Y peor, sus calles tranquilas sombreadas de chilamates vienen siendo invadidas sin remedio por bailongos, salas de billar, restaurantes y funerarias.
De adolescente, cuando hacia mis primeras armas en las letras, Ernesto era para mi, y para los demás jóvenes literatos de mi generación, una figura mitica, y las veces que Napoleón Chow, mi compafiero en aquella pieza sórdida de estudiantes de la calle real de León, recibia cartas suyas desde el monasterio trapense de Getsemani, en Kentucky, los demás lo envidiábamos. Sabiamos recitar sus epigramas amatorios que nos servian, además, para enamorar muchachas inadvertidas de aquellos prastamos, o del plagio, y también tiradas enteras de Hora 0, su largo poema politico, donde la prosa entraba sin embarazos y llena de cadencias en la poesia. Conservé como uno de los tesoros de mi incipiente biblioteca la edición principe de Hora 0, una plaquette impresa en México en papel de estraza que circulaba de manera casi clandestina, hasta que me fue robada, delito al fin y al cabo tan banal como el de plagiar poemas de amor en caso de urgente necesidad.
Muchas mañanas suena el timbre a la hora del desayuno y ya sé que es Ernesto que viene a sentarse conmigo a la mesa, como hacen los verdaderos vecinos en Nicaragua, que se visitan sin reglamentos y pueden compartir las mejores horas; y asi iniciamos cada vez una conversación que quizás no dure tanto, pero sirve para que nos pongamos de acuerdo en temas de interés mutuo, los politicos en primer lugar, Nicaragua siempre expuesta sobre la mesa como un mapa cada vez más desgarrado y manoseado por tantas manos sucias; invitaciones a viajes literarios, y asuntos de que reirse que nunca faltan, fatuidades y cursilerias de toda laya. Entonces, él se va a escribir por el resto de la mañana, y yo también.
Acaba de regresar de Solentiname, el archipiélago del Gran Lago de Nicaragua donde fundó en los años sesenta su comunidad cristiana con familias campesinas, y donde va ahora só1o muy de vez en cuando, y que es en muchos sentidos su paraiso perdido. Teniamos tiempos de no vernos. Me trae el borrador del último capítulo de sus memorias Vida Perdida, como 1o ha hecho desde que empezó a escribirlas; el primer tomo se publico en Barcelona hace dos años, y serán seguramente tres, el último sobre los sucesos de la revolución en los que de manera tan intensa participó, desde la perspectiva de un compromiso a fondo que parte de su concepción del cristianismo como instrumento de redención. En esa concepción ni su pensamiento ni su conducta han cambiado un ápice desde entonces. Han cambiado otros, pero no él.
He entrado a leer de inmediato este capítulo que me ha entregado hoy, y que se llama Asaltando el cielo. Ernesto recuerda alli nuestro viaje juntos a Europa en1978, en demanda de solidaridad con la revolución que entonces se gestaba; un viaje que empezamos en Copenhagen, camino de Helsinor para un encuentro del Pen Club Internacional que entonces presidia Mario Vargas Llosa.
Recuerda él de ese viaje lo que yo recuerdo, él con ojo de sacerdote y yo con ojo se seglar: las dos muchachas danesas que a la luz del esplendoroso verano llegaron en sus bicicletas a aquel parque donde nos sentamos en una banca, entretenidos en conversar mientras daba la hora de salida del autobús que nos llevaria a Helsinor, y se desnudaron de la cintura arriba con ademanes más que naturales para tenderse en la fresca hierba a leer los libros que sacaron de sus mochilas; una visión beatifica interrumpida de pronto por el bulto ominoso de un viejo pensionado que llegaba a darle de comer arroz a las palomas y se interpuso, alas, entre ellas y nosotros.
Y la otra historia de nuestra siguiente estación en Holanda, que también está alli, nuestras gestiones en Amsterdam por la causa de la revolución delante de sindicatos, iglesias, partidos, acampando en la casa de un amigo de Ariel Dorfmann junto al canal, en la que dormiamos sobre colchonetas en el piso transitado toda la noche por una manada de gatos de angora que eran como la familia de nuestro anfitrión y habia por lo tanto que soportarlos con cortesia; y las otras gestiones memorables en La Haya, cuando en el mismo edificio habia dos organizaciones distintas, una que daba ayuda sólo para luchas de liberación armada, y otra que colaboraba sólo con causas de carácter pacifista.
Ernesto visitó de primero unas oficinas donde lo recibió una anciana circunspecta, y pensando equivocadamente que habia entrado al lugar donde se ocupaban de la ayuda pacifista, enderezó por alli su discurso, porque lo que hacia falta era dinero a cualquier costo. La anciana lo escuchaba pacientemente, al tiempo que hacia calceta, pero lo interrumpió de pronto, y armada de una sonrisa beatifica le hizo ver su error, con lo que Ernesto varió abruptamente de rumbo, repudió los métodos pacificos para derrocar tiranos, y salió con bien de sus gestiones.
Todo esto lo cuenta mi vecino en sus memorias mejor de lo que yo puedo hacerlo, y cada vez que me trae un nuevo capitulo que leer, para mi es una fiesta, como lo son sus visitas mañaneras.
[El autor del testimonio]
Sergio Ramirez
Sergio RAMIREZ (Masatepe, Nicara-
gua,1942). Es parte de la generaci6n
de escritores latinoamericanos que
surgió después del boom. Tras un
largo exilio voluntario abandonó por
un tiempo su carrera literaria para in-
corporarse a la revolución sandinista
que derrocó a la dictadura del último
Somoza. Reemprendió la escritura
con la novela Castigo divino (1988),
que obtuvo el Premio Dashiel Ham-
met otorgado por el Festival en Gui-
jón, España, y la siguiente, Un baile
de máscaras, ganó el Premio Laure
Bataillon a la mejor novela extranje-
ra traducida en Francia en 1998. Su
novela Margarita, está linda la mar,
ganó el Premio Alfaguara en 1998
en España, y en 1999 el Premio La-
tinoamericano José Maria Arguedas,
otorgado por Casa de las Américas
en Cuba. Alfaguara ha publicado
Mentiras verdaderas (ensayos sobre
la creación literaria, (2001); los
volú-
menes de cuentos Catalina y Catali-
na (2001)y EI reino animal (2007);
asi como las novelas Sombras nada
más (2002), Mil y una muertes
(2005), El cielo llora por mi, (2008)
y La fugitiva (2017), que obtuvo el
premio del Festival Bleu Metropole
en Montreal, Canadá, en 2013. Al-
faguara ha publicado sus memorias
de la revolución, Adiós muchachos
(1999), y su libro de ensayos Tambor
olvidado (2008). Alfaguara, 2013),
una colección de doce Su irltimos li-
bros son Flores Oscuras (cuentos, y
Cuentos Completos, publicado en
2074 por el Fondo de Cultura Econó-
mica (FCE). En 2017 recibió en Chile
el Premio lberoamericano de Letras
José Donoso por el conjunto de su
obra literaria. Ha recibido la beca Gu-
ggenheim y ha sido profesor visitan-
te de literatura en la Universidad de
Harvard. Doctor Honoris Causa de la
Universidad Blas Pascal de Clermont
Ferrand, Francia (2000). Orden al
Mérito, Primera Clase, de la Repú-
blica Federal de Alemania (2007).
Oficial de la Orden de las Artes y las
Letras de Francia (2013)
[El testimonio]
Mi vecino de enfrente
Soy vecino de Ernesto cardenal desde hace más de veinte años, cuando ambos venimos a vivir a este barrio del sur de Managua tras el triunfo de la revolución. En aquellos dias mágicos el barrio fue bautizado con el nombre de Pancasán, en recuerdo de un pico de montaña donde se habia librado una de las gestas de la lucha guerrillera; hoy, gracias a los tiempos que corren, tiene otra vez el nombre prosaico de Colonial Los Robles, segunda etapa. Y peor, sus calles tranquilas sombreadas de chilamates vienen siendo invadidas sin remedio por bailongos, salas de billar, restaurantes y funerarias.
De adolescente, cuando hacia mis primeras armas en las letras, Ernesto era para mi, y para los demás jóvenes literatos de mi generación, una figura mitica, y las veces que Napoleón Chow, mi compafiero en aquella pieza sórdida de estudiantes de la calle real de León, recibia cartas suyas desde el monasterio trapense de Getsemani, en Kentucky, los demás lo envidiábamos. Sabiamos recitar sus epigramas amatorios que nos servian, además, para enamorar muchachas inadvertidas de aquellos prastamos, o del plagio, y también tiradas enteras de Hora 0, su largo poema politico, donde la prosa entraba sin embarazos y llena de cadencias en la poesia. Conservé como uno de los tesoros de mi incipiente biblioteca la edición principe de Hora 0, una plaquette impresa en México en papel de estraza que circulaba de manera casi clandestina, hasta que me fue robada, delito al fin y al cabo tan banal como el de plagiar poemas de amor en caso de urgente necesidad.
Muchas mañanas suena el timbre a la hora del desayuno y ya sé que es Ernesto que viene a sentarse conmigo a la mesa, como hacen los verdaderos vecinos en Nicaragua, que se visitan sin reglamentos y pueden compartir las mejores horas; y asi iniciamos cada vez una conversación que quizás no dure tanto, pero sirve para que nos pongamos de acuerdo en temas de interés mutuo, los politicos en primer lugar, Nicaragua siempre expuesta sobre la mesa como un mapa cada vez más desgarrado y manoseado por tantas manos sucias; invitaciones a viajes literarios, y asuntos de que reirse que nunca faltan, fatuidades y cursilerias de toda laya. Entonces, él se va a escribir por el resto de la mañana, y yo también.
Acaba de regresar de Solentiname, el archipiélago del Gran Lago de Nicaragua donde fundó en los años sesenta su comunidad cristiana con familias campesinas, y donde va ahora só1o muy de vez en cuando, y que es en muchos sentidos su paraiso perdido. Teniamos tiempos de no vernos. Me trae el borrador del último capítulo de sus memorias Vida Perdida, como 1o ha hecho desde que empezó a escribirlas; el primer tomo se publico en Barcelona hace dos años, y serán seguramente tres, el último sobre los sucesos de la revolución en los que de manera tan intensa participó, desde la perspectiva de un compromiso a fondo que parte de su concepción del cristianismo como instrumento de redención. En esa concepción ni su pensamiento ni su conducta han cambiado un ápice desde entonces. Han cambiado otros, pero no él.
He entrado a leer de inmediato este capítulo que me ha entregado hoy, y que se llama Asaltando el cielo. Ernesto recuerda alli nuestro viaje juntos a Europa en1978, en demanda de solidaridad con la revolución que entonces se gestaba; un viaje que empezamos en Copenhagen, camino de Helsinor para un encuentro del Pen Club Internacional que entonces presidia Mario Vargas Llosa.
Recuerda él de ese viaje lo que yo recuerdo, él con ojo de sacerdote y yo con ojo se seglar: las dos muchachas danesas que a la luz del esplendoroso verano llegaron en sus bicicletas a aquel parque donde nos sentamos en una banca, entretenidos en conversar mientras daba la hora de salida del autobús que nos llevaria a Helsinor, y se desnudaron de la cintura arriba con ademanes más que naturales para tenderse en la fresca hierba a leer los libros que sacaron de sus mochilas; una visión beatifica interrumpida de pronto por el bulto ominoso de un viejo pensionado que llegaba a darle de comer arroz a las palomas y se interpuso, alas, entre ellas y nosotros.
Y la otra historia de nuestra siguiente estación en Holanda, que también está alli, nuestras gestiones en Amsterdam por la causa de la revolución delante de sindicatos, iglesias, partidos, acampando en la casa de un amigo de Ariel Dorfmann junto al canal, en la que dormiamos sobre colchonetas en el piso transitado toda la noche por una manada de gatos de angora que eran como la familia de nuestro anfitrión y habia por lo tanto que soportarlos con cortesia; y las otras gestiones memorables en La Haya, cuando en el mismo edificio habia dos organizaciones distintas, una que daba ayuda sólo para luchas de liberación armada, y otra que colaboraba sólo con causas de carácter pacifista.
Ernesto visitó de primero unas oficinas donde lo recibió una anciana circunspecta, y pensando equivocadamente que habia entrado al lugar donde se ocupaban de la ayuda pacifista, enderezó por alli su discurso, porque lo que hacia falta era dinero a cualquier costo. La anciana lo escuchaba pacientemente, al tiempo que hacia calceta, pero lo interrumpió de pronto, y armada de una sonrisa beatifica le hizo ver su error, con lo que Ernesto varió abruptamente de rumbo, repudió los métodos pacificos para derrocar tiranos, y salió con bien de sus gestiones.
Todo esto lo cuenta mi vecino en sus memorias mejor de lo que yo puedo hacerlo, y cada vez que me trae un nuevo capitulo que leer, para mi es una fiesta, como lo son sus visitas mañaneras.
Sergio Ramírez y Ernesto Cardenal. Imagen pescada en la Red |