José Fernández de la Sota: Tiempo Muerto. Ilustraciones de Pablo Gallo
José
Fernández de la Sota ha publicado un nuevo libro, que es el número
1 de la colección de ensayo de Ediciones El Gallo de Oro.
Su libro tiene esta vez un atractivo extra sobre los que ya lleva incorporados de serie: que no sólo es su libro, sino también de Pablo Gallo, autor de las ilustraciones. Por no hablar del cuidadoso trabajo de edición que ha dado como resultado un objeto con esas cualidades estéticas y táctiles que le son exigibles al libro de papel frente a la funcionalidad del libro electronico.
En fin, vayamos al trabajo sobre el que han trabajado los editores: lo mismo que Pablo Gallo ha hecho esos 46 retratos, más uno del autor, José Fernández de la Sota ha escrito 46 capítulos o ensayos dedicados a 46 escritores. Ensayos líricos, ensayos narrativos, casi siempre tienen un poco de varios géneros. Son literatura y reflexión sobre la literatura, pero, sobre todo, tienen como tema y diana la vida, es decir, la muerte que nos lleva, desde el enfoque de un sector de humanidad especialmente entrenada en la conciencia de la vida y la muerte. Por eso el libro se titula Tiempo muerto. Pero nadie mejor que el autor para explicar qué y por qué, que es lo que hace en el
Su libro tiene esta vez un atractivo extra sobre los que ya lleva incorporados de serie: que no sólo es su libro, sino también de Pablo Gallo, autor de las ilustraciones. Por no hablar del cuidadoso trabajo de edición que ha dado como resultado un objeto con esas cualidades estéticas y táctiles que le son exigibles al libro de papel frente a la funcionalidad del libro electronico.
En fin, vayamos al trabajo sobre el que han trabajado los editores: lo mismo que Pablo Gallo ha hecho esos 46 retratos, más uno del autor, José Fernández de la Sota ha escrito 46 capítulos o ensayos dedicados a 46 escritores. Ensayos líricos, ensayos narrativos, casi siempre tienen un poco de varios géneros. Son literatura y reflexión sobre la literatura, pero, sobre todo, tienen como tema y diana la vida, es decir, la muerte que nos lleva, desde el enfoque de un sector de humanidad especialmente entrenada en la conciencia de la vida y la muerte. Por eso el libro se titula Tiempo muerto. Pero nadie mejor que el autor para explicar qué y por qué, que es lo que hace en el
PREÁMBULO
Este
iba a ser un libro de finales. Un libro titulado Tiempo
muerto.Me
impresionó saber que el poeta Fernando Villalón
pidió
que le enterraran con el reloj en marcha. Aquello era
algo
más –pensé– que una bonita anécdota macabra. Porque
yo
no pensaba en un libro macabro. Pensaba que los últimos
momentos
(que pueden ser minutos o contarse por décadas)
de
algunos escritores que admiraba y admiro podrían com-
poner
un discreto volumen de prosa. Solamente quería un
libro
de finales. Un discreto compendio de finales no siempre
discretos.
Luego
supe que Octavio Paz habia dejado escrito: Díme
cómo
mueres y te diré quién eres. Anoté en mi cuaderno
la
cita y recordé que Paz había muerto pidiéndole a George
W.
Bush (gobernador de Texas por entonces) que indultara
de
la pena de muerte al mexicano Irineo Tristán. Bush no
contestó
a Paz y Paz murió al mismo tiempo casi que Irineo
Tristán,
un espalda mojada que lo ignoraba todo del autor
de
Las Peras del Olmo. Y sin embargo, Irineo Tristán, desde
su
silla eléctrica, contribuyó a elevar el niver de la muerte de
Paz,
que falleció en la cama intentando dar sorbos a una copa
de
Oporto.
El
libro fue avanzando y me fue demostrando que los
grandes
poetas exageran. Paz no tenía razón (no tenía la
razón)
cuando afirmaba que nuestra muerte nos identifica.
Salvo
quienes deciden (como Jacques Rigaut, Henri Roorda
o
Alejandra Pizarnik) hacer mutis de modo voluntario, los
demás
no tenemos más remedio que jugar en una lotería
pronosticable,
pero siempre imprevista. Sabemos –como
amenaza
el lema del reloj de la iglesia de Urruña- que todas
hieren
y la última mata.Nada más. Ni el día, ni la hora, ni el
minuto.
Ni siquiera el lugar de la cita.
El
libro, digo,avanzaba alejándose de su primer propósito.
Avanzaba
arbitrario. Obedeciendo sólo, en todo caso, a la
parcialidad
de las admiraciones de su autor y al capricho
de
su curiosidad. Más que lápidas, lo que surgía de modo
caprichoso
eran retratos en movimiento. Así se fue formando
esta
gavilla de fragmentos biográficos de escritores, algunos
mundialmente
conocidos y otros ampliamente ignorados.
Historias
de escritores, eso sí, un poco raros. pero, ¿cómo
alguien
que dedica su vida a la escritura puede considerarse
plenamente
normal? Desengañémonos: escribir no es normal.
Lo
normal es morirse, algo que han hecho todos y cada uno
de
los autores que pueblan este libro.
Historias
de escritores un poco raros y a veces algo más.
Historias
verdaderas y fingidas, porque todos los artistas
citados pusieron en escena un personaje (o varios) de su
citados pusieron en escena un personaje (o varios) de su
propia
invención. Y creo que ninguno, ni en el último acto
de
la obra, renunció a su querida, pesada y vieja máscara.
No
sabría decir si para los autores convocados (o quizás
invocados)
en estas páginas, la vida fue un infierno o un
paraíso.
Seguramente para Ia mayoúa de ellos –de modo
transitorio–
fue ambas cosas. Céline dijo que nunca fue feIiz,
y
así se cuenta. Pero todos sabemos que Céline era un gran
mentiroso.
El
paraíso, para Lewis Carroll, era un río en verano. Así
fue.
El reverendo Dodgson encontró el paraíso una tarde
soleada
de julio, navegando con las hermanas Liddell y
contándoles
cuentos imposibles que sucedían en un país
terrible
y maravilloso en el que Alicia, la más curiosa de las
dos
hermanas (y la más insistente y caprichosa) reinaría para
siempre
jamás.
Tiempo
muerto, que también podría haberse titulado
Últimos
días en el paraíso, comienza en aquel río en el que
Lewis
Carroll descubrió el país de la maravillas una tarde de
julio.
JOSÉ FERNÁNDEZ DE LA SOTA