Pablo González de Langarika: Diciembre de 1953
Era
la lluvia cueva solaz, su perro húmedo lamía las
preguntas.
Grises ocasos en el silencio de mi padre; el
agua
cayendo hacia los charcos. Y en el bolsillo, la
mano
sin dolor: nidada de niñez -bajo tutela Iatía, eI
corazón-,
(aquella media docena de castañas...)
(...)
las manos tan calientes,los ojos claros de Raquel,
(avanza
el tiempo). La misma nube gris,los charcos en
el
suelo,la ayuda alimenticia americana: confirmación
de luz al borde de la noche y el sello negro de la palabra
patría.
(...)
se ensancha la pasión como un espejo... (el tiempo
vuelve),
el cine, cacahuetes, pipas de girasol, querido
Blas...
la sociedad que avanza sin pegar un tiro, o bien
pegándolo. José Agustín. Es Barcelona y he plantado
un
árbol: sobre tu libro tu firma y las monchetas... con
butifarra.
Ya tengo hijos...
(...)
La fábrica, Ia luz, la angustia de estar vivo... (mi
padre
no, su foto sepia anclada al corazón) y Ia razón
que
asciende a los tobillos y este país que sigue malherido.
Las
palomas en medio de la plaza y este silencio
inhóspito,
extendido, igual que la alopecia, la sevicia y
algunos
que otros tímidos avisos...
Digo
que la oquedad aún habita vuestros labios
y
la verdad se exilia en el invierno y los pájaros se
precipitan
sobre el fuego. Pero debajo de sus alas chamuscadas,
debajo
de su trino, emerge el aire con sus
manos
diminutas, acecha el tiempo que vendrá; esto
es
seguro.
Porque
la sangre crece a:ún y crece el hombre y el día
surge
luego y se repite y aún es bella la luz,aunque os
pese.
Aunque mi madre haya muerto y se hayan roto
las
llaves y las puertas y el otoño invada ya mis venas...
y
el perro siga lamiendo las preguntas.
Del libro "Entre los pliegues de la luz", Ediciones El Gallo de Oro, Bilbao, 2012
Del libro "Entre los pliegues de la luz", Ediciones El Gallo de Oro, Bilbao, 2012