ELI TOLARETXIPI TRADUCE A MENNA ELFYN




Menna Elfyn nació en 1951 cerca de Swansea, en el País de Gales, en una familia cuyos miembros hablaban galés y cuyo padre era pastor protestante de la iglesia galesa. Es una de las autoras en lengua galesa con mayor proyección internacional.

Gracias a Eli Tolaretxipi y a la editorial Trea, muy pronto podremos disponer en castellano del libro de Menna Elfyn titulado La mancha perfecta (Perffaith Nam - Perfect Blemish). La traducción está basada en las versiones al inglés vertidas por la propia poeta.

En castellano se puede leer también El ángel de la celda, publicado por Bassarai. 


TRES POEMAS DE MENNA ELFYN

Traducción de Eli Tolaretxipi

Acoplamientos

La vida es una casa en ruinas. Y queremos arreglarla
y hacerla acogedora. Con las manos le damos forma

hasta arriba del todo. Luego, abajo, sujetamos una viga en el techo
que será testigo del ir y venir de una vida sin cielo,

dos segmentos torcidos. Acopladas,
las maderas encajan. Vigas lisas y anchas.

Se tocan las dos. Es el oficio que alimentamos al plegar
carne duplicada en un marco. Juntar los suaves acoplamientos

que a veces forman un solo arco. Sesgada, por encima de un mundo frío
madera hueca que rezuma pasión. Luego, inmóvil por una temporada.

Y qué bien definido está el tejado, que a veces cruje de amor,
mientras reprende al gusano para que se aleje y espere su turno.

Ladrones nocturnos
(al comienzo de la demencia)

Ella piensa que llegan a través de los arbustos puntiagudos
por el seto espinoso. En el vientre de la oscuridad,
cada noche, llegan, mientras vigila desde el rellano
y ve cómo le roban sus atizadores incandescentes,
aunque sus dedos peludos jamás hayan prendido fuego.
Otras veces caen en picado y en bandada se llevan un trozo de césped
que será limpiamente transplantado como primorosa pradera
en sus lisas llanuras. A veces cavan
un agujero en el seto y escarban con sus pezuñas los bordes
llenos de esas plantas de color púrpura que parecen coles.

Lo mejor que podemos hacer es seguirle la corriente, preguntarle
si fue un enanito o quizá un destacamento
de hombrecitos verdes embalando la playa de Cefn Sidan
de camino hacia más ricas ganancias. Ni una sonrisa –
y después nos guía a inspeccionar sus huellas.
No hay manera de convencerle de que
el sendero hacia la vejez es un laberinto diabólico.

¿Qué se puede hacer, entonces? Nada, salvo
prestar oído a los entretenidos cuentos de la narradora de historias
de destino y fantasía, sabiendo con certeza que
detrás del seto, en algún lugar de la cama,
el jefe de los ladrones está esperando el momento oportuno.

Papeles de arroz

(Para Trinh, mi intérprete en Vietnam)

La veo ahora, atiborrándose de comida
o mondándose los dientes con un palillo

agradecida, con la boca abierta
y diciendo, “Este es el mejor lugar

de su clase en todo Vietnam”.
Y cada vez que le preguntaba con toda la inocencia

“¿Cuántas veces has comido aquí?”
ella siempre respondía, “Es la primera vez”

mientras cogía una barrita fláccida de dong.
Ella era mi anfitriona, mi voz,

mi canciller, mi doncella.
“Demasiado caro comer en lugares como éste

a menos que pague un extranjero”.
Entonces, con jengibre, hoisin y Cha Gio

todos los sabores del mundo chorreaban de sus labios,
y soltaba una risa contenida y enfermiza:

“Ustedes extranjeros, tan graciosos”.
Y con un poco de guasa

yo le daba las gracias con amabilidad, mientras ella
se abalanzaba

hasta dejar limpios y relucientes los cuencos:
que pudiera mantenerla en restaurantes

era tan nutritivo como la ayuda de cualquier menú.
Y así fue cómo me sirvió

la cruel guerra que les arrebató
el arroz de cada día:

les tocó comer pan, mientras morían
por su preciadas hierbas – barras secas como huesos.

El resto del viaje, con el hambre en la mente,
me dediqué a comer mientras contemplaba el festín que me dedicaba.


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